San Antonio

Esta mañana me desperté pensando en una excusa para no ir ese seminario al que me  inscribí hace un mes. En treinta días el entusiasmo se pierde. Esta mañana ya lo he perdido todo. Me medio desperté y revisé la prensa digital: 26 grados de temperatura y 23 de sensación térmica; dos policías federales allanaron una casa en Villa Devoto y encontraron al temido violador de Belgrano y hasta ahora 12 mujeres han declarado en su contra, el dólar se ha mantenido los últimos días, y ya está a la venta el nuevo disco de Dave Matthews Band: Big Whiskey and the Groo Grux King. Se me hizo tarde. Tomé un café, prendí una velita al San Antonio ubicado estratégicamente en mi cocina, y corrí a tomar el tren.

Me entusiasmé de nuevo al llegar al Centro Cultural San Martín. Los rostros nuevos me emocionan, me invitan a la aventura. Algunos son muy blancos y serios, otros más morenos y amables. Los lentes redondos están de moda, al igual que el botox. Escogí un asiento en la parte de atrás del auditorio pensando en escapar cuando las tripas anunciaran la hora del almuerzo. Con el café en mi estómago y la velita prendida a San Antonio, me dispuse a aprovechar mi día. Menos de diez minutos después comencé a buscar entre las nucas alguna conocida. A la derecha, dos filas más adelante, encontré una mirada que reclamaba mi atención. Me sonrió, disimulé, coqueteé. Me parecía que conocía al personaje. Esos ojitos oscuros, la sonrisa pícara, y las canas que hacían su aura enigmática. El hombre más interesante que he visto en los últimos días, pensé, olvidando la promesa de “no engancharme” que había hecho semanas antes.

Dos horas después, luego de varias intervenciones a las que no presté atención, me encontré con esa mirada nuevamente en el bululú del break. Todos querían café, también  él, también yo. Lo esquivé, siguiendo el manual de tácticas aprendido desde el colegio. Sabía que había visto antes ese rostro que me perseguía entre la multitud hambrienta. Quizás me lo había encontrado en otros seminarios tan aburridos como este. Quizás lo había entrevistado alguna vez en mis andanzas laborales . O quizás lo había conocido una de esas tantas noches locas, y ya sus manos habían descubierto mis pudores.

La tarde pasó rápida. Un orador tras otro. Una mirada tras otra, cruzándose, despertando deseos. Última ponencia. Tomé mi bolso y me dispuse a salir por la puerta de atrás. Caminé lento haciendo tiempo para encontrármelo, por casualidad, en algún rincón. Di la vuelta al pilar donde se ubicaba el café y me lo topé de frente. Examiné sus ojos. Quiso hablarme, pero me di la vuelta violentamente. Lo recordé, muy a mi pesar. Era J, el hombre por el que K había dejado a N. K era la mujer por la que N me había dejado a mí. Cuadro cerrado a lo Tarantino. Llegué a mi casa y apagué la vela a San Antonio.


3 comentarios:

Unknown dijo...

jajaja me encantó... un final genial

Libros siempre dijo...

Bien. Interesa lo que de repente es impredecible. Saludos.

Unknown dijo...

Insisto con el final, tanto que lo releeeooo y no paro... besos Adri