Esperando la firma
- ¡No
abran!, todavía no me he pintado. La señora canosa al fondo lee el periódico.
Cuenta dinero y se saca la comida de los dientes. Ella ya se pintó. Un letrero
en la puerta escrito con marcador negro desgastado dice: ABRIMOS A LA UNA.
ESTAMOS ALMORZANDO. Mi reloj marca la una y diez.
Cinco
minutos después abren la puerta. Cuatro personas entran. Un abogado de fluxecito
barato y cara de comerse el mundo, había tocado la puerta, desesperado. Un vaso
con hielo en la mano para aplacar el calor. Está acompañado de otro flaco con
cara de asustado. Al entrar, el abogado dice: -Me haceís esto pa`ya, apurate
ahí.
El gordito que
ve la novela sigue pegado al televisor. Lo vi desde que llegué: chiquito,
barrigón, ademanes de gay, franela negra ceñida al cuerpo y una cajita de
dulces en la mano. Ya almorzó, ahora ve su novela. Va hacia la escalera, quiere
subir, pero sus ojos no se despegan del televisor. Cinco minutos antes, la
señora que limpia, la de los dientes fallos, le pide que suba una papelera, él,
caso omiso, se pega nuevamente al mueble del televisor. Parece que también se
lo quiere comer.
En todo
este tiempo aquí sentada, esperando al abogado para la firma, no logro ver a la
señora despintada detrás del mostrador, es muy alto. Escucho su voz, pero no la
veo. El olor a incienso repugna en el pequeño espacio. Una vez abierta la
puerta, la gente entra y sale. Dos, tres, ocho, perdí la cuenta. Un vendedor de
dulces se me acerca. Le digo –No señor, gracias. Y el replica –No vengo a
vender, era para ver si me podía ayudar con algo. Me llama la atención su
cicatriz en la nariz, pero el olor que expele es horrible, se mezcla con el
incienso, y casi pierdo la cordura. Las secretarias se acercan a la cajita con
dulces: -¿Qué te dejo?, ahora vengo pa’ que me pagueís.
El abogado
no llega. Veo la novela, lo poco que me deja ver el gordito. Me trago la
mezcolanza de olores, el incienso, el sudor y el desinfectante que dejó al paso
el lampazo percudido.
Por fin
alguien me ve. Quizás me notó porque debo parecer una loca sentada horas en un
mueble escribiendo rápido sobre una libreta.: -¿Que desea?, me pregunta. –Estoy
esperando a mi abogado para firmar un documento, gracias. Me avergüenza decir
“mi abogado”. La gente va y viene. Termina la novela. Son casi las 3, y el
abogado no llega.
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