La mosca de Picasso

Un domingo cualquiera visité el Museo Nacional de Bellas Artes, de Buenos Aires.

Mis ojos se iluminaban al ver obras que sólo conocía por libros o películas. Un Pollock, al lado de un Cézanne, la magia de Manet, más allá un Chagall maravilloso.

Las bailarinas de Degas parecían moverse dentro del marco marrón. Gauguin, Kandinsky, las casi-caricaturas de Miro. En la otra sala Pissarro, Rembrant, Modigliani y un espacio completo para las esculturas de Rodin, donde se levanta imponente un estudio de “El beso”, de finales del siglo XIX.
Incluso, hay en una de las salas solemnes y oscuras, un pequeño Jesús Soto, que me llenó de orgullo y me rememoró a aquella exposición que hiciera el maestro del cinetismo en Maracaibo, en el año 2003, dos años antes de su muerte.

Horas caminando de un lado a otro, volviendo sobre las mejores obras, disfrutándolas una y otra vez. A mi lado podía reconocer los diferentes idiomas de los turistas que también aprovecharon un lindo día de primavera para visitar el museo.

Volvía a una de las salas cuando me percaté de dos obras de Picasso resguardadas por un vinilo. Una, un aguafuerte titulado “Sueño y mentira de Franco”, de 1937; la otra, una cerámica de 1955 titulada “Cabeza de Fauno”.

Pero algo más hay detrás de la protección de plástico: una mosca muerta. Está ahí, forma parte de la obra, está resguardada incluso. Es la mosca de Picasso. Supongo que ninguna persona del Museo se ha percatado de que la mosca yace ahí, al lado del fauno de Picasso, rindiéndole homenaje al arte más allá de la muerte, a la naturaleza enmarcada, a lo simple e insignificante. Hasta Picasso se alegraría.
Esta mosca parece estar llena de colores, es la mosca del museo. No se trata de la mosca en la sopa prostituida en infinidad de chistes, tampoco la mosca grande y azul a la que Marguerite Duras le dedica seis páginas en Escribir. Ni la mosca en la que se convierte el científico Seth Brundle (Jeff Goldblum) en The Fly, la película de ficción dirigida por David Cronenberg en 1986.

Es la mosca de Picasso, la que tiene el privilegio de morir dentro de la obra del famoso pintor español. Nadie más tiene ese placer. Espero volver pronto al Museo y encontrarla ahí. Seguramente no. Seguramente alguien se dará cuenta y entonces la quitarán con asco, con ironía.

La mosca de Picasso simboliza lo que, por años, ha representado el arte para la sociedad: la muerte detrás del vinilo, donde nadie más puede tocarlo, donde pocos pueden observarlo sin pagar, disponible sólo para la élite coleccionista.

En estos tiempos, incluso, se paga entrada para ver una mosca detrás de un vinilo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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