Esta no es una historia de amor


Conocí a Lucas hace ocho años en un viaje de trabajo. Éramos dos chicos de provincia. Él vivía en Santa Fe, Argentina. Yo, en Maracaibo, Venezuela. Durante varios años mantuvimos contacto por internet. Nos escribíamos de vez en cuando, chateábamos desde nuestros trabajos, nos enviábamos fotos. A veces hacía comentarios disimulados sobre lo atractivo de mis tetas grandes. Cosas comunes que hacen dos amigos que viven lejos.

Hace un par de años decidí radicarme en Argentina y pensé que era una buena oportunidad para volver a ver a Lucas. Aunque viviría en Buenos Aires, a 475 kilómetros de Santa Fe, sería más fácil contactarlo. Un año después de intentos fallidos y suposiciones inservibles, aún no he vuelto a verlo. Busqué en las guías telefónicas, en internet, hablé por teléfono con su abuela, con un primo lejano, con un supuesto vecino, pero nunca con Lucas.

Un deseo por recuperar una vieja amistad se convirtió en un capricho insoportable. Así que un día compré un boleto y me fui a Santa Fe a buscarlo. Pregunté, nadie supo, fui a su casa, no había nadie, o no era su casa, esperé, me fui, regresé, tome un autobús, fui a comer, volví, llamé, pregunté, esperé, me cansé, me senté, me paré, al final tomé un taxi a la terminal. No volví.

Días después, intenté otra llamada. La última, me prometí. Me contestó su hermana: -¡Ah! vos sos la de Venezuela. Me dijo que Lucas ya no vivía ahí, que era muy feliz con su novia.

Pero no me afectó tanto como la frase anterior. “La de Venezuela” La definición fue una flecha directa a mi ego. No es que me convertí en la femme fatale que viaja de una punta a otra de Suramérica con la intención de robarle el novio a alguien. No, es que alguien me ha reducido a ser “la de Venezuela” y es con eso con lo que debo vivir.

Hoy ni siquiera me acuerdo de la cara de Lucas, ni me importa. Las inseguridades y los complejos van cambiando de norte a sur, pero siguen siendo barreras en las relaciones personales. Eso mata cualquier historia de amor.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Quizás nunca encuentres humedad en
los desiertos.

A lo lejos.
Espejos agua. Que destrozan la ansiedad, de una vida que delata,
un tremendo y femenino estado de
pánico.

:)

Anónimo dijo...

Quizás tengas el verdadero amor muy cerca y no lo quieres ver...
aunque fue un atrevimiento de tu parte ir en busca de él, también fue una gran experiencia. Lo mejor fue lo q pasó.

Milagro Haack dijo...

Mis saludos Adriana.
No es una historia de amor, es una historia que si fuese a la venezolana, lo esperas en el aeropuerto, lo llevas a lugares de nuestro país, hasta visita tu casa, conoce a tu familia y lo ayudas a estar hasta con su novia. En realidad nunca vemos caras en estos espacios y menos los corazones. Y en una cosa no te apoyo, la perseverancia de buscar a un supuesto amigo que por tener tus senos grandes y ser normal con eso pensó que podías ser "ligera"... Bien, es un escrito vivencial espero que Lucas lo lea y ser venezolana con V grande es un orgullo, ser la "la venezolana" bueno, creo que allá, hay forma de pensar que hay que asumir porque no es pan de tu tierra maracucha. Cuídate y ahora es que veras las costuras de un sin fin de ventanas sin rostros.
Un abrazo

Laura dijo...

Muy destemplado el comentario de la "hermano/a", "madre", "tío" de Lucas. Gente con falta de tacto hay en todos, todos lados. La pena es que hayas tenido que viajar tantos kilómetros para interactuar con uno de ésos.
Por otro lado, creo que el exotismo de ser "la venezolana" en Santa Fe no es algo que suceda todos los días. Tomando en cuenta también el tema del busto prominente, creo que se podría hacer una peli sarliana con eso.

Raúl Márquez dijo...

A veces la felicidad es un signo de resignación...

Raúl Márquez dijo...

Hola. He utilizado tu texti para una de mis clases de escritura creadora. Por supuesto he citado tu blog. Un abrazo

Anónimo dijo...

Lucas, Santa Fe, Venezuela, intercambios epistolares cibernéticos, viajes kilométricos, "la de Venezuela", más allá de la veracidad o no de la misma, discrepo con el final, le faltarán detalles pero ES UNA BUENA HISTORIA.

Gracias por visitarme :)

Luciano Saracino dijo...

¿Y cómo es que no es esta una historia de amor?
Entonces estuve equivocado toda la vida...

leacuna dijo...

Adriana, tu eres quien me visita, vengo a tu blog detrás del correo y, si sabes cuanto, festejo siempre tus palabras.
Dos abrazos, mejor tres. Uno para cada uno.

Luis

Daynú Acosta dijo...

"La Venezolana" sólo tu sabes que significó eso cuando lo escuchaste, si es algo bueno o malo, simple semántica, la importancia que te de la gana ¿qué es la vida sino los momentos que vivimos, lo que hacemos, soñamos y recordamos. La Adriana que yo conozco es así, y como toda mujer normal, aunque tu no tanto gracias a Dios, le metes el pecho a la vida. "Literalmente por supuesto". Un beso y un gran abrazo.

Dexy dijo...

He de confesar que cuando leí esta historia experimenté un sin fin de sensaciones y contradicciones. Nunca pierdas la esencia humana. Te regalo estas líneas: Era una ciudad amable la que nos recibió, y el calor apenas amaneciendo. Colores nuevos, variaciones imprevistas, jamás soñadas; un asalto de luz entreverada. Un espacio desconocido ante los ojos, una sonoridad diferente,otra música. El mismo sol, pero otro: Siempre resplandeciente, sin tregua.