Un valiente en el bar

Lo vi desde la ventana. Yo estaba sentada en una mesa junto al vidrio, donde me daba el sol que comenzaba a bajar con la tarde. Entró, miré sus zapatos deportivos rojos y sonreí. Se sentó al otro lado del sucio y oscuro bar, un lugar mítico, donde viejos obreros de fábricas cercanas planearon la revolución de los 70. Sacó de su mochila negra un papel y un lapicero. Pidió un cortado al que no prestó mucha atención cuando lo trajo la mesera. ¿Azúcar o edulcorante? -Azúcar, gracias. Bajó la mirada y volvió a concentrarse en sus trazos.
-No me queda otra alternativa que escribir cuando no puedo hablar. Sigo siendo el mismo cobarde que mantiene un diálogo inconcluso con el techo todas las noches, con la hoja en blanco, con el café frío... Se movía bruscamente en la silla y tropezaba la mesa que hacía bailar el café. Se repetía las frases una y otra vez pero siempre con la mirada sobre el papel: -No atreverse a hablar de los sentimientos, es como no atreverse a sentir. Se pretende que se siente. Se disimula con uno mismo. El cuerpo se va llenando de deseos, de sonrisas gracias a la imaginación, a la ilusión de un momento esperado. La obra que no se termina de estrenar. Esta cobardía terrible me acompaña como una sombra. Creer que otro supone lo que siento, y sentirme desarmado.
El cortado dejó de humear y el sol siguió bajando por el oeste. Yo disimulaba leer la primera página de la sección de deportes del Clarín, mientras tomaba mi "con leche". Sin el más mínimo esfuerzo, cualquiera notaría que sólo disimulaba. Sentía que leía su mente con sólo mirarlo, mientras la mesera se paseaba por el descuidado bar. Parecía que había descubierto que las sonrisas no eran gratis, que se debían a algo, a alguien.
-Quiero decir que mientras más molestia y desesperanza, más ganas tengo de envolverme en las palabras. Palabras que por momentos son duras, golpean y logran desequilibrarme. Quiero decir también que la vida me sonrió, como otras veces, y que quiero aprovecharme de eso, como otras veces. El concepto de felicidad está fraccionado en momentos, y este es uno de ellos. Los fantasmas deciden esconderse porque no pueden enfrentarse a este nuevo intruso. El que no termina de llegar, el que espera en la puerta. Camina de un lado a otro y disimula, pero está ahí. No sabe si tocar, no sabe si seguir de largo. No hay ningún sentimiento predeterminado, ningún plan, sólo las ganas de empezar, y volver.
Un sonido abrupto de la puerta lo devolvió a la realidad, al bar. Bebió rápidamente su café como esperando no perder el último trago tibio. Sacó de su mochila su celular, lo revisó y lo guardó nuevamente.
-Todo llega, es el lema de los conformistas esperanzados. Todo llega y no se cómo dejarlo entrar, no se cómo irlo a buscar. Las experiencias no valen nada. Cada vez es una nueva experiencia. Ninguna parecida a la otra, aunque así lo parezca.
Pidió la cuenta, sacó la billetera del bolsillo de su pantalón de jean rasgado y dejó un billete y unas monedas sobre la mesa. Al pasar por mi mesa se detuvo y me miró. El sol daba ahora de frente, iluminó su cara y pude ver sus ojos grisáceos con un punto marrón en el centro, casi como un hechizo. Bajé la mirada y él salió. Observé como se perdía entre la gente que caminaba por la Sucre.
Pedí la cuenta, queriendo escapar de ese lugar, de esa mirada. La mesera trajo mi cuenta y una hoja doblada a la mitad. –Cuatro cincuenta. Esto es para usted.
Sorprendida pagué con un billete de cinco pesos y no acepté el cambio. Leí cuidadosamente la nota y mi corazón se aceleró. Me gustó el final: -No me atreví a hablar. Quiero pensar que no fue un sueño y que, tarde o temprano, voy a decidirme, pues soy un hombre con valor y no temo al rechazo y a la indiferencia.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo dicho: me encanta la manera, ¿o se dice estilo? de escribir de esta querida y admirada amiga llamada Adriana María.
Deberias publicar tus crónicas repetidas!!!!

Milagro Haack dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Milagro Haack dijo...

Mis saludos Adriana.
Desde lo sencillo permanente se abre un universo para que el lector especule sobre la realidad o lo ficticio. Buena narración, la mezcla de diálogos, el desdoblamiento entre quien narra y el que observa. Esto deja al lector un diálogo abierto subjetivo del instante, haciéndolo trascendental de lo temporal. Toca lo intangible: “No hay ningún sentimiento predeterminado, ningún plan, sólo las ganas de empezar, y volver.”. Puedo decirte que el encuentro se mantiene: No me queda otra alternativa que escribir cuando no puedo hablar. Llevándonos a un final quizás no esperado: Me gustó el final: -No me atreví a hablar. Un enlace muy propio de lo que podemos decir o por lo poco que intuyo de este género es mantener el hilo conductor, la imagen, el papel, la lectura, que son de igual forma gestos y sentires que aportan un buen diálogo ya con otros elementos que inducen el tiempo.
Agradecida como siempre por esta lectura y muy de veras es gustosa.

Siempre
Milagro Haaxk

5 de marzo de 2009 5:13

Anónimo dijo...

Amiga de la escritura, apreciada Adriana,
en la soledad te encuentras en tu propias palabras.
Disfruté en particular el desplante al tal Lucas en
"Esta no es una historia de amor" además: "Lo confieso, soy narcisista".
Me gusto tu blog, y espero tus descubrimentos.
Recibe un fraterno saludo,
Diana

PatRi dijo...

Muchos no hablamos de nuestros sentimientos, en oportunidades ni siquiera es por el hecho de no sentir, al contrario, al hablar de ellos estamos abriendo las puertas de nuestra intimidad,a nuestro sentir y al abrirlas estamos vulnerables al mundo... Otros, quizas, por el temor a que a los otros no les guste lo que descubran...