James Dean

Una noche me reuní con unas amigas, sus amigos y los amigos de sus amigos, a tomarnos unos vinos. Entre los amigos de los amigos de mis amigas, había un sujeto que destacaba y al que, una amiga y yo, bautizamos como el James Dean latino. La reunión transcurría entre vasos llenos y conversaciones de todo tipo. Como en un juego, consecutivamente y según los intereses, la gente se fue moviendo de sus lugares. En un momento, James Dean quedó frente a nosotras. Grata sorpresa para mí, él resultó ser un amante del cine; no del mejor, pero eso no importaba.

Hacía años yo había escuchado que ver tres películas a la semana permite aprender lo básico, y hasta lo más complejo de la vida. Entonces, había decidido que no importara qué estudiara, dónde o cuándo, mi academia principal sería el cine. Las citas cinematográficas abundan en mis cuadernos, en mis paredes y en mí día a día. Así como el personaje vive una transformación en la trama, yo también hago uso, y a veces abuso, de esas transformaciones. Un día soy protagonista, otro, antagonista.

Mi amiga y yo moríamos ante la vestimenta al mejor estilo de los 60 de James: chaqueta de cuero, cabello despeinado, jeans rasgados. Producto del vino, se fue creando un clima de rivalidad entre nosotras, una rivalidad amistosa. James nos retó a recordar una frase de cada una de las películas que mencionara; un juego en el que, evidentemente, mi amiga llevaba las de perder.

—Mis favoritas son Forrest Gump... —comenzó a nombrar James.
“La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes cuál te va a tocar” —respondí sin dejarlo terminar. Parecía sorprendido.
—La sociedad de los poetas muertos —continuó.
“Oh capitán, mi capitán”.
Sus dedos iban enumerando las opciones, yo seguía con los míos la cuenta. Mi amiga tomaba sorbos de licor sin respirar.
—Mujer Bonita.
Dudé en decir la única frase que recordaba, pero me lancé:
“Pasa esta noche conmigo, no porque te pague, sino porque quieres”.
James tragó lento.
—Notting Hill  —dijo en voz baja.
—Es una de mis favoritas —mentí. Lo miré a los ojos—: “Sólo soy una chica parada frente a un chico pidiéndole que la ame”.
Él me tomó de la mano.
—Si me dices alguna frase de ésta, te voy a amar toda la vida —dijo—. El Padrino.
Estaba todo dicho. Respiré profundo. Le di un beso en la mejilla a mi amiga.
“No es nada personal —dije—, es cuestión de negocios”.

6 comentarios:

Milagro Haack dijo...

Hola adriana

Muy pero muy bueno. Los intercambios, lo irónico, la vivencia, el hilo de la historia que no se pierde al cambiar de porta voz. Me agrada y !sobran las palabras!


Muchas gracias siempre por darle de leer
Milagro

leacuna dijo...

Iba a decir: "no se que has hecho, espero siempre tu aviso" , pero no es justo. Se lo que haces: estoy bajo el encantamiento de tu escritura. Gracias..!

Laura dijo...

Muy bien! No sólo que está buenísimo el relato, sino que muestra lo único que no se debe perder entre amigas: los códigos. Bienvenida al gremio de la fidelidad (intra)femenina, necesitamos más como usted!

Dexy, la gocha dijo...

Adriana gracias por el relato. Definitvamente el cine se apodera de historias de nuestras vidas, o ¿viceversa?...Un relato a lo Briggitte Jones: los amigos, el vino y los intercambios...

Un abrazo

Fedora dijo...

Ajá...y qué pasó después??

Cuenta!!!

Adrimosar dijo...

fedora... eso lo dejo para otro post!