La insistente soledad de Marguerite Duras


Marguerite Duras es una de esas escritoras que se meten por la piel. Intensa, apasionada, trastocada, logra narrar con rara divinidad hechos tan comunes como la muerte de una mosca. Una vida de altos y bajos es el origen de una escritura radical y profunda y un resumen de ello es Escribir (Tusquets Editores, 1994) donde los sentimientos, las frustraciones y los recuerdos tormentosos están por encima de la estructura.

Se trata de cinco lecturas que asemejan un ejercicio de la autora, de esos en los que uno se sienta ante la hoja en blanco y comienza a escribir por inercia, por pasión, por compromiso con la vida. Duras lo hizo con la convicción de que escribe porque quiere, “nunca descubriré por qué se escribe ni cómo se escribe”. Una lectura fuerte pero amena que atrapa desde el comienzo y donde se desnuda un personaje cargado de soledad y belleza.

Escribir: es lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. Lo he hecho. La escritura nunca me ha abandonado”, dice Duras en medio de los recuerdos de una cruda realidad entre desamores, tristezas, angustias y alcohol. El libro está conformado por cinco relatos divorciados uno de otro, planteados en tiempo y espacio diferentes, pero reflejo de sus pasiones, entre ellas, escribir.

En el capítulo Escribir la autora analiza lo que ha sido su escritura partiendo del lugar que encierra sus fantasmas y donde nacieron sus mejores obras, su casa en Neauphle-le-Chàteau. Rememora sus amantes, sus amigos, sus momentos más críticos llenos de miedo y lo que significó ese espacio en su obra literaria, “mis libros salen de esta casa”, subrayó. Un segundo texto, La muerte del joven aviador inglés, resume la impresión de Duras ante un hecho inolvidable. Aquí, aprovecha la historia de un pueblo que acogió a un aviador de 20 años luego de su muerte durante la guerra, para desahogar su tristeza por la pérdida de su hermano, también acaecida en la guerra. Posteriormente, está Roma, un corto y febril extracto del guión de una de las películas escritas por Duras, y donde asoma el romanticismo en la prosa de la autora. Dos textos complementan el libro: El número puro y La exposición de la pintura, una especie de contemplación del mundo exterior desde su propia experiencia. En el primero, Duras no pierde la oportunidad de reiterar su odio a los alemanes – “Quizá nunca se sepa lo que hubiera bastado para que ese pasado alemán dejara de tejerse en nuestra vida. Quizá no se sepa nunca”-; el segundo no es más que un relato que refleja más su inclinación por las artes y los amigos.

Entre el relato y el guión
Marguerite Duras nació en Saigón en abril de 1914, estudió en Francia y participó en la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Se casó con Robert Antelme en 1939 y tres años después perdieron un hijo. Se divorció en 1946, posterior al regreso de Antelme de los campos de concentración.

Su obra literaria va desde la novela autobiográfica (Un dique contra el Pacífico, 1950) hasta los relatos cortos. Su obra más importante fue El amante (1984), que ganó el Premio Goncourt y fue traducida a cuarenta idiomas. Sin embargo son El Vicecónsul (1966) y El arrebato de Lol V. Stein (1964) las que marcan su vida, y a las que vuelve una y otra vez en Escribir, publicado dos años antes de su muerte en marzo de 1996, a causa de un cáncer de garganta. A su obra literaria se suman docenas de piezas de teatro y varios guiones cinematográficos, entre ellos el de Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959).

Amada y odiada en vida, es más recordada después de su muerte. En París no se acaba nunca (2003), Enrique Vila-Matas recuerda cuando en 1974, Duras le apuntó en una hoja de papel los pasos para volverse escritor, esos pasos dieron pie, veinte años después, a Escribir.

Marguerite Duras se obsesiona con la autobiografía, se repite en sus libros, los define como ilegibles: “Tan lejos de cualquier habla como lo desconocido de un amor sin objeto”. También son totales e irreverentes. En Escribir, es recurrente su obsesión por la soledad y la desesperanza. Se contradice por momentos, duda, reafirma, se nota desequilibrada y lo sabe -siempre lo supo-, y es eso lo que permite leer un texto suyo, y estremecerse.