Atormentadas

La piel duele, calcinada, pero no se oculta ante la mirada del intruso. Cuerpos que son forma de vida, gordas en la playa, no hay estética instituida. Es sólo ser lo que se es, y exponerse como mercancía.

Es así como Mariana Lobosco nos muestra la belleza inusual de esos cuerpos al sol en la playa de La Perla. Mujeres en las que estalla el color. Los tonos se confunden, es piel y es tela de malla que arropa las costumbres, el devenir, el encantamiento visual que se mueve entre el verano rioplatense y la vida misma.

En este espacio maravilloso del acontecer, del ser-como-soy, complementan la muestra las Barbies de Soledad Rithner. Oposición visual y cultural que sentó sus bases en un país con herencias diversas. Estética relativa, que coquetea con unos más que con otros. Extremos de una realidad marcada por el consumismo y la necesidad de dejarse ver.

De Mariana mostramos la alegría del descanso: la vida pasa despreocupada, la extensión del cuerpo en el recreo eterno del sol.

De Soledad, la adoración del mito, la sugestión del cuerpo que se impone, la obsesión por ser otra. La dieta en la cartera. La imagen que persigue.

Mujeres presas de un cuerpo que pertenece a lo público.


*Texto para la exposición Atormentadas.
(Cortina Abierta 13/03/10)

Amanda, un intento de guión

 

I
Amanda cumplió 35 años hace una semana. Sentada en un café de la estación espera que llegue el tren que la llevará al norte. Lee un periódico, se nota nerviosa. Mira el reloj, mira el periódico, mira los andenes y el tren no llega. Busca en su bolso un pastillero y se toma un par de píldoras.
Observa una pareja a lo lejos y suspira:
- Que fracaso… Sí, esta soy yo de regreso a casa. Ya escucho a papá preguntándome por el supuesto marido que me inventé la navidad pasada. ¡Ay!… que tristes son los regresos, bueno, los regresos con las manos vacías.
Una voz anuncia la salida del tren. Amanda se levanta apurada, guarda su celular y su pastillero en el bolso, dobla el periódico, voltea la taza de café y sale caminando rápido. El mozo la llama, le reclama con una seña que aún no ha pagado. Ella se devuelve, no encuentra su monedero, se cae su bolso, todo cae y entra en pánico. El mozo toma unas monedas y le recoge el bolso. Sonríe por obligación. Amanda sale corriendo por el pasillo y se pierde entre la gente.


II
Camina por el pasillo del vagón, con su bolso golpea a la gente que está sentada.
-Disculpe, disculpe.

Encuentra un lugar vacío y se sienta al lado de una señora de unos 60 años. La señora la mira de reojo. Amanda se siente incómoda. Se sienta y saca un cigarrillo de su cartera.
-Disculpe, ¿tiene fuego?
-No ve que no se puede fumar aquí. ¿Es que nunca se ha montado en un tren?

Amanda, guarda su cigarrillo y mira a la ventana.


III
Recuerda por qué está nerviosa, por qué le tiene miedo a los trenes: Sentada en un salón de clases escucha al profesor que explica la clase. No presta atención, mira a la ventana desde donde se divisan los rieles del tren. Un ruido aparatoso la saca de su encanto. Ve el tren que pasa.

El ruido sigue, la asusta. Toma su cuaderno y se para corriendo. Corre por el salón hasta la puerta, voltea y se da cuenta de que todos la miran.

- ¿Qué pasa Amanda? ¿Se siente mal?, le pregunta el profesor atónito.
- Es que el tren se descarriló. Asustada, señala a la ventana.
- ¿Se descarriló? ¿Cómo qué se descarriló?
- Sí, se descarriló. ¿No escucharon el ruido?

Amanda, el profesor y los demás miran a la ventana, el tren termina de pasar. Una persona está cerrando la persiana. Amanda descubre que ese fue el ruido que escuchó. Todos la miran, asombrados. Apenada baja la cabeza y vuelve a su puesto.

IV
De regreso al tren, se dirige a la señora:
-No, nunca me he montado en un tren. Es la primera vez… ¿No sabe que se descarrilan a cada rato?

La señora la mira confundida. Baja la mirada y lee un libro. Amanda, toma un periódico que alguien dejó en el asiento y lo abre. Mira de reojo a la señora y vuelve la mirada al periódico, mientras susurra:
- Vieja loca. ¿Nunca se ha montado en un tren? ¿Qué se cree, que soy del campo?, ¿que no se que aquí no se fuma? Vieja… mmm y pensar que en poco tiempo estaré como ella. Vieja chocha. Sí, chocha, viajando sola… ¡Ay! ¿Cómo voy a llegar a mi casa sin marido, si ya soy una vieja?


V
Amanda está comiendo. El vagón comedor está lleno de gente que habla, pero ella está sentada sola. Un hombre muy apuesto se acerca con una bandeja.
- Hola, ¿me puedo sentar?

Amanda se atraganta con la comida, toma agua:
- No. Perdón, sí… sí. Claro. Siéntese por favor.
- Hace mucho calor, dicen que este viaje se hace fastidioso y largo por eso.

- Sí, justamente pensaba en eso… A propósito, ¿puedo hacerle una pregunta? - Sí, por supuesto.
- Pensaba que… no crea que soy muy confianzuda… la verdad no quiero molestarlo… Pero… ¿es usted casado?
- Mmm. No... Pero no entiendo. ¿Por qué la pregunta?
- Es que ando buscando un marido.
- ¿Un marido?
- Bueno, no un marido… alguien que finja ser mi marido… usted sabe, uno crece con todas las oportunidades, sus padres trabajan duro para darle una buena educación en un colegio privado, le pagan los estudios en el exterior, lo menos que quieren es un marido para su hija… y yo… por eso pensé… que quizás usted… si ya sé que el tren no es un buen lugar para conseguir un marido ¿Sabe que se descarrilan a cada rato?... se que no me conoce… no soy lo que parezco…

El hombre se levanta y se va. Amanda lo ve alejarse. Toma dos píldoras con un vaso de agua y sigue comiendo.


IV
Baja del tren y con su bolso golpea a la gente. Entre la multitud reconoce a su papá. Un señor alto con sombrero. Ambos sonríen y se encuentran.
-¡Papá! -Mija, ¿cómo le va?, ¿cómo le fue en el viaje?
-Bien papá, gracias. Mucho calor… estaba muy nerviosa. Creí que se iba a descarrilar el tren.


El papá no presta atención, busca a alguien más.
-¿Y su marido?
-¡Ay! papá… ¿qué le puedo decir? Me avergüenza pero es que… ya no tengo marido… Usted me enseñó que lo que no sirve se bota, y lo que se bota no se recoge… Así que ya no tengo marido.
El papá la abraza mientras salen de la estación, y le dice:
-No se preocupe mija. No se preocupe. Se acuerda de Julián, el carnicero… la está esperando. Ese sí que será un buen marido pa usted mija…. ¡Si señor! Estas serán las mejores navidades que hemos tenido en años…


(Nota de la autora)
Definitivamete, después de los 30, las navidades no son iguales.