Cuando estamos desempleados somos capaces de hacer casi-cualquier cosa. Todavía no he decidido ser mucama de hotel, vender bolsas de hielo en la casa o ponerme medias negras y zapatos de tacón rojo y salir a ofrecer ratos de placer… y cobrar.
Lo cierto es que en este oficio de periodista, donde no existen los días libres ni las huelgas, donde son pocos los trabajos bien pagados, donde todas las demás profesiones pierden credibilidad, y peor aún, perdemos la sensibilidad ante tanta falta de creencia... hay que rebuscarse y sortear los tigres que se presenten.
Desde hace unos meses, mato un tigre en una revista alternativa. Es divertido, porque puedo hablar sobre lo sano de comer frutas en ayuno, las diferentes formas de tener una piernas bellas con productos naturales, lo relajante que es practicar caligrafía japonesa, o la ventaja de leer el I ching antes de tomar decisiones trascendentales.
Después de cubrir guardias de fines de semana, cuando hay que salir a las emergencias de los hospitales a “buscar un muerto”, o participar en marchas políticas para escuchar los mismos discursos de los mismos mequetrefes, visitar barrios y redactar notas convencida de que cambiaré la vida de miles de personas y después ver que esos barrios siguen subsistiendo en condiciones paupérrimas, después de soportar la vanidad de artistas experimentales o escritores inentendibles… hablar de los beneficios de la menta piperina es como tomarse unas vacaciones.
Mi nuevo papel de redactora me lo tomo a la ligera, incluso adapto algunos consejos de belleza y salud a mi rutina diaria. Lo veo como “otra” etapa de la profesión. Aunque lo que no tolero, y lo hago público con la poca vergüenza que me queda, es tener que hacer una columna mensual en la que debo responder las cartas de las almas perdidas.
¿Alguno de mis lectores, me imagina aconsejando a chicas desconocidas sobre cómo mantener los amigos, llevarse mejor con sus padres, dejar surgir la belleza que tienen en su interior o aprender a ser felices y vivir en armonía plena? Además, tener que adornar esos “consejos” con frases de filósofos, que por demás puedo leer o admirar, pero que al utilizar en otro contexto se vuelven clichés y pierden el respeto del menos entendido.
Se supone que es un consultorio filosófico existencial y yo doy los consejos… ¡yo! cuando, en realidad, en estos tiempos, debería ser la que consulta.
A veces no se qué es peor, este trabajo de exhortar vidas con frases armadas, o volver a mi antiguo trabajo y reunirme con las diagramadoras del periódico para hacer entre todas el horóscopo, según nuestras experiencias diarias.
He caído en lo más bajo de la profesión. Que me perdonen mis profesores, Finol, Ismael y Cañón. Que me perdonen los colegas, los alumnos. Lo sé, merezco la pena capital.
Por cierto, también merezco un mejor sueldo.